miércoles, 13 de febrero de 2013

¿Qué es el ser humano?




Qué es el hombre? Qué es el ser humano? Qué es el ser? El individuo actual se pierde como un vagabundo por los rincones del Siglo XXI sometido ante el ultraje cínico del sistema y su estructura.


Como nunca antes, este individuo perdido es el “ser-para” la estructura. En su ceguera, en un punto conciente, es esta maquinaria la que le escribe el destino; la que lo aliena al moldearle la identidad, una identidad genérica que poco lugar deja a lo artesanal de los sueños.

Qué tipo de razonamiento puede surgir frente a este cuadro de situación? Por su carácter racional, el hombre es el único habitante de este planeta con conciencia de finitud. Descubre su “nada”, ese miedo al vacío que se viste de muerte, desde el momento en el que se desarrolla su aspecto de ser racional. Pero incluso así, con esta realidad que nos golpea duro pero que simula darnos una ventaja, seguimos aferrándonos a la condena de vivir.

En algún momento, tarde o temprano, el hombre termina frente a la posibilidad de revelarse a esta estructura que lo reprime. Es en dicho instante en que las puertas de la trascendencia se le abren de par en par. Porque el hombre es, ante todo, conciencia, decisión., y es ese conflicto entre romper con la estructura o someterse a ella el que determina su presencia en el mundo. Pero el camino para adquirir esta conciencia es largo y doloroso, ya que la estructura lleva años de ventaja, arraigada a un engranaje superior que incluso está determinado por ésta misma. No podemos generar una implosión kamikaze. No podríamos filtrarnos por todas sus capas hasta llegar al núcleo. Debemos someterla a una deconstrucción, paso por paso y capa por capa. Ganarle batallas, y para esto debemos pelearle en todos los terrenos. En sí mismo, cualquier paso puede resultar menor, hasta insignificante, pero visualizar el más mínimo debilitamiento es la llave que nos aproxima al advenimiento del ser pro-yecto en su máximo esplendor, del ser liberado de sus cadenas, del ser humano.

¿Quién es ese ser humano? Es aquel que se cuestiona. Es búsqueda. Es ruptura con la comodidad del sistema, que a su vez lo ata y le quita libertad. Es aquel que trasciende los muros de la estructura para alcanzar un cielo que niega a dios.

                                                                                Alexander J. Algieri

viernes, 1 de junio de 2012

Quién es quién cuando se mira uno

Nunca sé hasta que punto tengo agudos los sentidos, pero a veces me pasa que en estados de conciencia llego a creer que son puertas para viajar en el tiempo. O en el pasado, mejor dicho, ya que uno no puede ir hacia un lugar que todavía no vio, o recordar algo que no comió. Para eso está la imaginación, que nunca deja de garpe al corazón, pero en esta juega la cabeza y en la cabeza.


Muchos olores me hacen viajar a tiempos más felices. El olor a jazmines me hace acordar al balcón de mi vieja, que tenía uno enorme. Yo le sacaba una florcita y me quedaba oliéndola horas, como si el tiempo no pasara nunca, siempre quieto, siempre para mí.

También hay sentidos de recuerdos que perdí, como cuando de noche íbamos por el centro y yo me quedaba fascinado con los edificios, grandes e imponentes pero apagados y tristes. Hoy, en la vida que llevo, es odioso verlos día tras día, tal vez porque representan lo peor de mi presente, que me maniata y se me ríe en la cara. A veces siento que vivir así es encarcelar el alma, es atarla para que no cumpla sus sueños, como una pareja que no entiende que el tiempo se va, y que deja las cenizas de un amor en cenicero. ¿No es morir encarcelar el alma? A fin de cuentas, qué es la vida sino el vuelo del alma? Uno puede fingirle sonrisas al viento, pero el ruido retumba en las entrañas, sobre todo en la noche, donde se desnuda la subjetividad y uno se encuentra ante lo frágil de su destino. Como si no necesitáramos un espejo para darnos cuenta qué va a encontrar del otro lado. Uno siempre sabe cómo luce, más allá del maquillaje que se invente.

Con el alma atada uno se conforma con tristezas, y se identifica con tragedias, para no volverse loco. Mirar un rostro y viajar hacia una vida apagada y dura, para identificarse y sonreírle si se cruzan los ojos. ¿De qué sirve, mientras crezcan las cadenas del espíritu? Doparse con la inercia de lo cotidiano para no pensar. Matar a las neuronas con narcóticos para que no funcione. Poner una frazada en un abrazo que no existe.

Todo para no darnos cuenta de lo importante. Ser pieza de este sistema es tener el chip que nos prioriza el culo lleno de plata que la vida con sentido propio, pero eso es que la rueda nunca para, y que la maquinaria es cada vez más sofisticada, si la tecnología lo único que logra es que dejemos de comunicarnos, aunque vendan lo contrario. Descifrar las contradicciones. Luchar por ser libres, porque lo merecemos. Para qué quiero morir rico si muero preso. Prefiero ser pobre y libre, porque tengo el derecho de elegir ser pobre, esa es mi libertad, así como tengo la libertad de seguir corrompiendo mi vida en objetivos de cartón. Al elegir ser pobre, elijo ser libre, y lo elijo en libertad.

Nunca sé hasta que punto tengo agudos los sentidos pero a veces me pasa que huelo el pasto del campo, o el de los parques, y vuelo hacia las canchas de fútbol, y hacia el fútbol mismo. Observar el fútbol, ver sus idiosincrasias, encontrar pases que tengan una historia, y una historia que siempre nos deje el mensaje de que el hombre es amo y señor de su libertad, y que incluso lleno de cadenas, nunca perderá su condición de hombre libre, y que, en todo caso, lo que está perdiendo es su conciencia de ser libre. Dentro de una cancha de fútbol se puede resquebrajar al sistema, porque la pelota le habla al alma, se comunican porque tienen el mismo lenguaje, el de la libertad.

Tengo que dejar de pensar, se terminó mi hora de almuerzo.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Luquitas Sparapani...un crack






En el pueblo, la hora de la siesta es igual de importante que la vida en democracia. Como el vuelo en libre de una hoja que, sabiendo que cae, le regala sus últimas caricias al viento. Es un instante, siempre breve, de pura comunión con uno mismo. Puede que junto con “ir al baño”, la siesta sea el contexto en el que más se desnuda nuestra subjetividad, frágil y cristalina, como el espejo que refleja lo real mientras se busca lo imposible.


Durante esas horas, el pueblo se pone en pausa. La paz, que es hija y reina de las calles, se complota con el silencio para lograr que desde cada cama se escuchen los ecos de paredes y rabonas que alguna vez iluminaron con asombro el aire de la plaza principal; o para revivir el olor de algún potrero con infancias de zapatos rotos y panza a medio llenar, siempre con la ilusión de que el fútbol gambetee las patadas del estómago, siempre más dolorosos y crueles que las peores patadas.

Darío ya había avisado: “no quiero que nadie me rompa las bolas. Yo a la tarde me quedo mirando la final de la Champions. Ustedes hagan lo que se les cante el orto”. Siempre con su habitual y protocolar contundencia. De la banda, era tal vez el más enfermo del fútbol, y eso era todo un decir. Fútbol en todo momento. No había alguno que no supiera quién fue el 8 de Almagro en el último ascenso, por decir algo. Luquitas Sparapani, qué crack. Ese día, se jugaba un Milán-Bayern Munich…partidazo.

La tarde se iba poniendo cada vez más amigable, y los ingleses iban siendo gambeteados como postales a punto de quedar en la historia, quietos y sumisos ante el protagonista de lujo, hasta que la cancha se transforma en dragón, quemando la pelota y haciendo que el árbitro suspenda el partido. Puta madre, esta vez casi la meto! Dice mientras mira al ventilador girar y girar intentando zafar de su destino monótono y circular. La angustia tenía lógica: de las mil veces que sonó lograr esa proeza, jamás tuvo éxito. Este argumento siempre le sirvió para sepultar cualquier osada comparación se establezca entre el Diego y algún gambeteador de moda, de alma foránea y billetera abultada, de potreros en HD. “Nadie puede igualar a Maradona. Es único e irrepetible hasta en los mismos sueños, donde todo es posible. Fui Obama, y evité más sangre en Irák; fui San Martín, y le avisé a Moreno que lo iban a cagar; fui Kirchner e hice todo igual, pero nunca pude ser ni un cuarto de Maradona. Por eso fue tan único. Tuvo una magia que excede las fronteras de la imaginación”.

Mientras se acomodaba en la cama, los ruidos de las bocinas se expandían y se hacían cada vez más constantes. Desde su lugar de confort, intentaba orientarse y escuchar al viento traerle esa canción a capella, para saber qué pasaba. Cuando finalmente se despabiló, una bola de nervios empezó a subirle por el estomago hasta llegar a dificultarle la respiración: “me quedé dormido, carajo”. Lo peor estaba ocurriendo. Empezó de pronto a sentir cómo una parte del pecho se le ahogaba rápidamente en un río de adrenalina cuando decidió prender la tv, que había dejado en el canal indicado para ahorrarse el stress de luchar contra el pésimo funcionamiento del control remoto. Estaba Jorge Corona en Mardel contando el mismo chiste que hace 20 años -mi viejo, 5 años antes, me había dicho la misma frase. Qué mal que me hace que los que tienen espacios de poder no los usen responsablemente-.

Faltaban dos horas para el partido, y las bocinas que al principio se colaban tímidas en la intimidad de su alcoba, se fueron transformando en un carnaval de gritos y euforia. El ventanal era una invitación a la curiosidad. No sabía qué habría detrás de las cortinas. Qué mundo descubriría, ni quiénes estarían en él. Cuando finalmente derrumba el muro, se encuentra con todo el pueblo en la plaza, festejando el casorio de la prima del “Vago”, integrante de la banda que se ganó su apodo por ser workaholic. “Bajo un ratito y vuelvo para el partido… Después de todo, es la prima del Vago”.

Estaba todo el pueblo, o casi todo. Empandas, vino, baile, mujeres. Una tarde dionisíaca. Mientras buscaba una cara familiar, y miraba cada tanto al reloj para que se no le haga tarde, se sorprendió a sí mismo bailando con una empanada en una mano y un vaso de vino (el cuarto) en la otra. Un mar de gente se dibujaba a lo largo del asfalto y la música estaba ideal para que los muertos revivan y se pongan a bailar. Mientras extraños y conocidos se confundían, las piernas se hipnotizaban entre vino y milonga, y el tiempo empezaba a dejar de existir. Por momentos era consciente de lo que pasaba, pero en otros sólo se perdía entre pulsiones inciertas.

Transcurridos algunos momentos, con la barriga ya callada, la fiesta empezó a decrecer como una bolsa europea, cuando en uno de los rincones de la noche la vio sola. Muy decidido, gracias al vino que hace lo que la espinaca a Popeye, se acercó a hablarle, incrédulo y carente de expectativas, como un hombre que, con la nuca mirando al paredón, baja la vista para esquivar los ojos de la muerte, implacable.

–Qué pasa que una chica como vos está sola y con esa cara?, se animó a preguntarle.

–Nada, estoy triste porque perdió el Milán, había apostado con mis amigas varias docenas de facturas, vos viste el partido? (Consulta ella)

– No me gusta mucho el fútbol! (Contesta sorprendido)

– Ah, puedo lidiar con eso. Mirá! Ahí está Hrabina, me acompañas que me quiero sacar una foto con él?

– Dale, vamos…

sábado, 26 de noviembre de 2011

A 15 años del último diez



La pelota es su sexto dedo del pie. O quizás una protuberancia, una extensión de su cuerpo que le habla al barro del potrero como si fuera a él mismo. En frente, los conservadores europeos de a uno caen por un rebelde que va viboreando por el billar como si surfeara ante cada una de las patadas que le tiró su infancia, esa señora hostil a la que le cerró la boca con un derechazo elegante cruzado al ángulo.


Ahí va la pelota, redonda y sumisa ante las caricias del amante que mejor la trata, moviéndose invisible ante la voluntad del más creativo de los pinceles, que la respeta y la ama y la cuida y la pisa pidiéndole perdón, y la besa ante cada toque.

Ahí sigue Román, quince años después de su debut en primera, guionando en el césped una película de trapo que siempre tiene final feliz.

La excelencia de su juego es disfrutada por propios y envidiada por ajenos. Sin embargo, Riquelme tal vez constituya el paradigma de la contradicción de nuestro fútbol, y sus críticos, un ejemplo muy cristalino de la colonización que sufrió nuestra cultura futbolera.

Los medios nos invaden la subjetividad con el “profesionalismo europeo”, como si tuviéramos, por eso, que tomarlos a modo de iluministas poseedores de la verdad. Lo foráneo repercute en el fútbol contaminando la esencia del estilo de juego autóctono, ese que reivindicaba al potrero, subvirtiendo los conceptos claves que nos catapultaron a la cima del reconocimiento mundial, que hoy no es más que historia seca posando en los libros.

Es probable que la valoración que un futbolero tenga sobre “El último diez” conforme toda una declaración de la ideología que se profesa sobre el fútbol. Como riquelmeano desde el nacimiento del culto, a veces cuesta entender cómo un argumento en su contra puede ser que “no corre” o que “la pasa para atrás”. El tactisismo defensivo maquillado con “modernidad” (presente en técnicos estructuralistas como Bielsa, Van Gaal, o Mourinho), nos hace deslumbrar la maravilla de la velocidad de Messi o Cristiano Ronaldo, pero no la carencia de jugadores que piensen, que cada vez surgen menos. ¿y porque surgen cada vez menos? El error es de concepto, o de cosmovisión. El fútbol está en la cabeza y no en los pies, por eso Jesse Owens fue un gran atleta y no un jugador de fútbol. En el decurso actual del arte del juego, casi no es necesario que un jugador piense, ya que para eso está el DT, amo y señor de los hilos del destino. El jugador es un mero obediente sin pensamiento propio, y esto se nota en el juego. Las palomas dentro de la jaula, y los rebeldes esperando en el banco o mirando por tevé.

El texto quería ser un homenaje a la magia del 10, pero termina siendo una pseudodefensa a una forma de ver, sentir y vivir el fútbol. La que respeta las formas tanto como a los resultados. La que fomenta las libertades técnicas por sobre los estructuralismos cuasi-focaultianos. La que permite la existencia de Riquelme.

Riquelme como sinónimo del fútbol.

Años después, ya casi en el minuto 90, el pincel está intacto y listo para seguir dibujando asombros en la cara del público que corea su nombre, disfrutando de verlo feliz.

martes, 15 de noviembre de 2011

La esperanza

“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”- Martin Luther King








No hay vida sin esperanza. Ella es el motor del alma. Es la razón que la razón no entiende. Todos tenemos esperanza, porque nos despertamos creyendo que algún día el mundo va a ser más mundo, la gente más gente, y la vida más justa. Porque latimos con sueños a cuestas, que encontramos en esas fotos que buscamos en el corazón cuando todo se vuelve gris e incierto.

Nadia despertaría sin esperanza, porque a veces la esperanza es la tregua que uno le pide al presente, a veces más hostil de lo que podemos resistir.

El nene tiene esperanza. Por eso le abre el cuore a su amor de primaria en un sincero e inocentemente infante pedacito de papel que le costó varias almohadas, y varios ruegos para que el azar le guiñe un ojo.

Yo tengo esperanza, porque aunque a veces me mienta, soy muy consciente de que puedo dibujarme un lindo futuro. La esperanza es la fuerza que algún día me hará aguantar los pinceles.

El pibe tiene esperanza, porque sigue intentando esa finta una y otra vez, para gambetear el hambre y la exclusión, y para darle voz a los que callan las estadísticas.

Al viejo le irradia la esperanza, con la que imagina que gana el Mundial segundos antes de dormir. A veces la moja de chilena, en otras se gambetea a medio equipo. Siempre con el convencimiento de poder lograrlo.

Nunca hay que olvidar la esperanza. Es la que logra liberar a los pueblos. Es la que nos permite continuar.

Para todos ellos… para que tengan esperanza.., les regalo un aporte.



Alexander J. Algieri



jueves, 27 de octubre de 2011

El restaurador de la militancia

Las banderas estaban arriadas, escondidas en lo más oscuro del pasado, olvidadas forzosamente por los truenos de la muerte, que fueron apagando decenas de miles de dignos ideales. “No voy a dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada”, fue su primera frase como jefe de estado, que para algunos tuvo una importante carga demagógica, pero para otros fue, por contexto y pasado reciente, un concepto que revitalizó las ganas de creer, de sentir que por una vez alguien iba a poner los ojos en quien más necesitara.


-¿quién es este tuerto, ché? ¿De dónde carajo lo sacaron? ¿Es el títere de Duhalde? Al tipo no lo junaba nadie, salgo alguno que otro, cuando salía segundo (increíble pero real) de Carlos Menem en las presidenciables de 2003. Con la posterior baja del riojano para el balotaje, Néstor Kirchner asumía la presidencia como el político con menor apoyo de la historia (sólo el 22% que lo había elegido en primera vuelta).

Pero los números sólo sirven para marcar un piso, un comienzo. Cuatro años después, el “tuerto” finalizaría su cargo con una imagen positiva superior al 60%, algo impensado en ese incierto y débil 2003. Sin embargo, esto fue el fruto de años de trabajo, mirando siempre a la gente.



Muchas cosas hizo por su país, y si bien la idea es no armar un glosario de gestión, cabe destacar, ahora y siempre, a muchas con alta simbología, como bajar los cuadros de Videla, Massera y todos los represores; pedir perdón en nombre del estado por las atrocidades de una dictadura sangrienta, algo inédito hasta la fecha; anular los indultos y declarar la nulidad de la leyes de obediencia debida y punto final, negociación oscura que llevó a cabo al que, paradójicamente, llaman “el padre de la democracia”.

Hace más de un año nos despertábamos con un escalofrío recorriéndonos el alma. El gran multimedios informaba la noticia con un aire triunfalista pocas veces visto, y de a poco, la plaza de mayo se iba llenando de ecos que se acumulaban de a montones. Justo ahí, en ese lugar al que él logró cambiarle el color, de negro a verde esperanza, verde militancia. Al pueblo el maestro del tiempo le pegaba una pata en el medio del pecho, otra vez con la muerte como lanza inefable.

Por la calle todo era silencio, salvo en algunos barrios pudientes de Capital Federal, tierra de los Piquetes de la abundancia, terruño que odia a los revanchistas montoneros, y a los negritos peronistas del plan y el LCD. Sí, justo esos que se enriquecieron con gobiernos asesinos y devastadores.

Los diarios elucubraban preámbulos de terror ya vistos, demasiado grandes y demasiado viejos para la docil y femenina muñeca de Cristina. Pero los análisis olvidaban un factor clave: el pueblo. Podrá haberse ido un militante, uno muy importante, pero Néstor está acá, estuvo el domingo en la plaza. Late en el corazón de cada pibe que apoya un modelo que reivindica al pueblo y a la sociedad, que hoy se siente parte.

Se cumple un año de la partida del mejor cuadro político desde el regreso de la democracia, y tal vez de uno de los mejores de la historia argentina. Que sumó adeptos en igual proporción que detractores, pero que será recordado por algo clave: ser el restaurador de la militancia, que siempre defendió y reivindicó como mkétodo necesario para exponer una ideología, y pelear contra las injusticias para lograr mejoras en e,l pueblo. Se cumple un año justo cuando ayer los genocidas finalmente observan la justicia y la memoria de una sociedad que luchó mucho por ponerlos allí, en el banquillo de los acusados, donde ya no sólo se sienta la gente común, sino todos los impunes del pasado. Allí lo ven sentado, junto a esas madres y abuelas que son pura lucha y puro pañuelo, y que entienden que el gran responsable de ese momento tal vez sea él.

A un año, hoy, las banderas están más altas que nunca, mirando al cielo en un sueño que vive todos los días.





Alexander J. Algieri

martes, 25 de octubre de 2011

Los hombres libres de Kiev; la vida por el fútbol

El hombre nace libre, responsable y sin excusas”. Jean Paul Sartre



“Es más fácil apoderarse del comandante en jefe de un ejército que despojar a un miserable de su libertad”. Confucio.



“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.



El debate sobre la libertad se instaló, en los últimos años, en la gran mayoría de las discusiones que conforman sobremesas y charlas inagotables, donde los pocillos de café son los barcos vacíos de un puerto del que nadie huye. No obstante, el concepto devino en una expresión banal por intención nada ingenua de los medios de comunicación, que quieren disfrazar el negocio inescrupuloso en prensa libre.

La libertad, como elemento fundacional del hombre, sobresale a cualquier nimiedad usurera: es el primer matiz que filtra nuestras decisiones, que tomamos como hombres libres, independientemente de su consecuencia. La libertad misma puede conducirnos por un camino que puede finalizar en cualquier destino, incluso la muerte. Pero, ¿hasta dónde está bien tener pasión por la vida, si esto puede llevarnos a perder la misma? O ¿hasta dónde es correcto cubrirse en la comodidad burguesa, si para eso tenemos que apagar día a día los sueños? La historia que sigue es una de las tantas decisiones que el hombre tomó en su carácter de ser libre: la historia del FC Start. Una forma de gritarle al mundo cuál es la raíz del alma, y cual es la causa de nuestro paso efímero por la tierra.



La Unión Soviética promovía la práctica del deporte, como método para exponer en el mundo sus valores sociales y culturales. El fútbol, subvencionado por el estado, era de lo más popular, sobre todo en Ucrania, donde era dueño del fanatismo de todos los habitantes Allí estaban los equipos más poderosos de la región, entre ellos del Dynamo, creado de la unión entre la policía y el ejército rojo.

El humo de las metalurgias de Kiev (una de las ciudades más importantes de la URSS, favorecida por el proceso de industrialización ruso) fue llevando de lado a lado el hedor de la sangre y el miedo que llegó 13 de Septiembre de 1941, cuando la invasión alemana  llegó a la ciudad. Alrededor de 670 mil soldados conformaron la contraofensiva local. Entre ellos estaban varios jugadores de la liga local, incluidos algunos jugadores del Dynamo, como su arquero Nikolai Trusevich.

Como sucedió con varias de sus vecinas de Europa del Este, todas las libertades fueron suprimidas ipso facto, y la ciudad se convirtió en el principal albergue de prisioneros, que eran tirados en la calle, a veces confundiéndose con la podredumbre de los cadáveres olvidados…fantasmas del terror


Kordik y los sueños de panadería.



A Josef Kordik el presente no le resultaba tan hóstil como al resto de sus conciudadanos: por haber peleado para los alemanes no era perseguido por el ejercito nazi, y además podía trabajar tranquilo en su panadería, la estatal Nª3 de la ciudad. Por las noches apoyaba su cabeza en la almohada, y entre los llantos de los agobiados, le molestaba el ruido de una ausencia: la del fútbol, paralizado tras la anexión. En una de sus tantas caminatas por las ruinas de las calles de Kiev, Kordik encuentra, para su sorpresa, a uno de sus ídolos: Trusevich. Para rescatarlo del abismo, le ofrece trabajo en su panadería, poniendo en la balanza los riesgos de proteger a un soviético contra el fanatismo de tener a uno de sus ídolos viviendo en su casa. Además del cobijo, Kordik le propone Trusevich que busque al resto de sus compañeros del dynamo, para refugiarlos también. El portero encontró a varios de ellos, y a tres rivales del Lokomotiv, a los que también llevó a la panadería. En un abrir y cerrar de ojos, Kordik tenía en su casa a un equipo de fútbol entero.

Los días comenzaron a hacerse más espesos, entre la paranoia por no ser descubierto, y el clima social caldeado por los espasmos de la resistencia soviética, cada vez más asiduos. Para aminalar un poco el caldo del desasosiego, el régimen del reich decidió reestablecer los eventos deportivos, incluida la reestructuración del fútbol. Enterados de la noticia, todos coincidieron: volver a jugar como método para volver a ser seres libres. Recuperar en un campo de juego la dignidad del pueblo, arrebatada entre los fusiles de Hitler y la impericia de Stalin, y el único rincón de la historia que les quedaba intacto. Así nació el FC START.





Los rumores del FC START









Pese al hambre y a las muy precarias condiciones de vida, el Start comenzó con un buen aire: en el primer partido de la liga, regida por Georgi Shvetsov, el 7 de Junio de 1942, venció 7-2 al Rukh. Días después, el 21, derrotó 6-2 a una guarnición militar húngara, y posteriomente, el 5 de julio, le hizo 11 a un combinado rumano. Las victorias se acumulaban, y los rumores sobre un equipo que podía con los nazis se esparcían por la tan apaleada sociedad ucraniana, así como también se acumulaban los resquemores alemanes y la llamada de alerta que este equipo de desgarbados generaba.

El equipo lo integraban:



• Georgy Timofeyev

• Nikolai Trusevich

• Ivan Kuzmenko

• Pavel Komarov

• Alexei Klimenko

• Nikolai Korotkykh

• Vasily Sukharev

• Feodor Tyutchev

• Makar Goncharenko

• Mikhail Putisin

• Milkhail Mielnizhuk

• Mikhail Sviridovskiy



Los alarmados generales nazis convocaban a los equipos más renombrados del Reich para que “aleccione” al Start, pero no había caso: un doblete ante el poderoso MSG húngaro (5-1 el 19 de julio, y 3-2 pasados dos días) colmó la paciencia de todos los soldados alemanes, que llamaron al conjunto más importante del régimen: Flakelf, que no sólo era un bastión propagandístico para Hitler sino que también tuvo fama de gran equipo. Estaba netamente integrado por miembros de la Luftwaffe (fuerza aérea nazi), que ostentaba su carátula de “supremacía bélica”. Pero esta última terminó sin ser tal: 5-1 ganó el Start, para sorpresa de todos, en ese 6 de Agosto en el que los soldados se fueron enmudecidos al bunker.

Habría revancha (casi obligada), que se haría tres días después.



El partido de la muerte



“El fútbol es el reino de la lealtad humana ejercido al aire libre”- Antonio Gramsci.



“Deben comprender las consecuencias de sus actos. Si ganan, no queda nadie vivo”. Así los recibió el oficial de las SS, que ese día hizo las veces de árbitro. La consigna era clara: arrodillarse o terminar en un pozo. La decisión parecería difícil para cualquier humano, pero no para ellos. El hombre puede verse encerrado en miles de encrucijadas, donde tenga que poner en juego valores, ideologías o incluso la vida misma. Puede estar al fondo del abismo, pero nunca perder su libertad. Así pensaron los ucranianos antes de salir al campo de juego. Pensaron en su pueblo, invadido, violado y castigado; en su familia, números inciertos de un campo de concentración oscuro y de terror; en la gente en las tribunas, en ellos mismos… todo eso pudo más que las ganas de salvar su vida y no salir a la cancha a ganar el segundo duelo.

La orden de dirigirse a las autoridades en el palco con el saludo nazi fue totalmente desobedecida, y mientras el Flakelf levantaba en su totalidad la mano, el Start gritaba: ¡Fizculthura (cultura física)! Grito típico en los eventos deportivos soviéticos. Como otra reivindicación al origen. El partido terminó a favor del Start, por 5-3. El estadio se derrumbaba por los gritos de furia de los asistentes, más aún cuando uno de los delanteros del Start, Alexei Klimenko, luego de quedar mano a mano con el arquero rival y gambetearlo para marcar el sexto gol, se da vuelta y tira un pelotazo hacia la mitad de cancha en claro gesto de supremacía y desprecio. El árbitro tuvo que suspender el partido. Durante el partido, los rumores se esparcían por toda la ciudad: once compatriotas estaban humillando a los nazis. Esto les permitió a los ganadores regresar a la panadería. Pero el escondite ya había sido develado…

 
Final del juego

Menos de una semana después, el Start le vuelve a ganar a su primer rival, esta vez por 8-0. Ese sería su último juego. Pasados algunos días, miembros de la Gestapo llegaron a la panadería y comenzó lo peor. Los jugadores fueron acusados de ser infiltrados de la NKVD. Korotkykh fue el primero en morir, allí mismo, torturado. Los demás fueron mandados a campos de concentración, en Siretz. Allí asesinaron a Klimenko, Kuzmenko y Trusevich, que murió con su camiseta puesta, gritando: “el deporte rojo jamás morirá”. Sólo se salvaron Goncharenko Tyutchev y Mikhail Sviridovskiy, que ese día no estuvieron en la panadería. Se salvaron de milagro, y tuvieron que esconderse hasta luego de la recuperación rusa, en la que fueron acusados de traición por dirigentes stalinistas. Se salvaron a costa de mantener en secreto la historia, que luego fue confirmada desde diferentes lugares.

Antes de morir, en 1996, Goncharenko, en un reportaje con Andy Douugan, autor del libro “Defendiendo el honor de Kiev”, reconoció: “mis amigos no murieron por se grandes jugadores, murieron como tantos otros porque dos regímenes totalitarios se enfrentaron. Estábamos condenados a ser víctimas de una masacre a gran escala”…




Esta historia es una de las tantas que tiene el fútbol, en la que se puede alcanzar el poder del mensaje social que tiene el deporte, en el que todo el tiempo se ponen en juego los valores, las formas de vida y la ideología. Negar esto es despreciar parte de la cultura y de la historia de la sociedad, de la que el fútbol es en parte creador, al menos en un país como el nuestro.

Uno vive siempre en libertad, y así muere. En algunas veces encontrará situaciones en las que se le intente suprimir esa condición, y de esa encrucijada sólo uno mismo sale, sin importar las consecuencias. Aunque, vivir sin libertad, es tal vez no haber vivido nunca.



Alexander J. Algieri