“El hombre nace libre, responsable y sin excusas”. Jean Paul Sartre
“Es más fácil apoderarse del comandante en jefe de un ejército que despojar a un miserable de su libertad”. Confucio.
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.
El debate sobre la libertad se instaló, en los últimos años, en la gran mayoría de las discusiones que conforman sobremesas y charlas inagotables, donde los pocillos de café son los barcos vacíos de un puerto del que nadie huye. No obstante, el concepto devino en una expresión banal por intención nada ingenua de los medios de comunicación, que quieren disfrazar el negocio inescrupuloso en prensa libre.
La libertad, como elemento fundacional del hombre, sobresale a cualquier nimiedad usurera: es el primer matiz que filtra nuestras decisiones, que tomamos como hombres libres, independientemente de su consecuencia. La libertad misma puede conducirnos por un camino que puede finalizar en cualquier destino, incluso la muerte. Pero, ¿hasta dónde está bien tener pasión por la vida, si esto puede llevarnos a perder la misma? O ¿hasta dónde es correcto cubrirse en la comodidad burguesa, si para eso tenemos que apagar día a día los sueños? La historia que sigue es una de las tantas decisiones que el hombre tomó en su carácter de ser libre: la historia del FC Start. Una forma de gritarle al mundo cuál es la raíz del alma, y cual es la causa de nuestro paso efímero por la tierra.
La Unión Soviética promovía la práctica del deporte, como método para exponer en el mundo sus valores sociales y culturales. El fútbol, subvencionado por el estado, era de lo más popular, sobre todo en Ucrania, donde era dueño del fanatismo de todos los habitantes Allí estaban los equipos más poderosos de la región, entre ellos del Dynamo, creado de la unión entre la policía y el ejército rojo.
El humo de las metalurgias de Kiev (una de las ciudades más importantes de la URSS, favorecida por el proceso de industrialización ruso) fue llevando de lado a lado el hedor de la sangre y el miedo que llegó 13 de Septiembre de 1941, cuando la invasión alemana llegó a la ciudad. Alrededor de 670 mil soldados conformaron la contraofensiva local. Entre ellos estaban varios jugadores de la liga local, incluidos algunos jugadores del Dynamo, como su arquero Nikolai Trusevich.
Como sucedió con varias de sus vecinas de Europa del Este, todas las libertades fueron suprimidas ipso facto, y la ciudad se convirtió en el principal albergue de prisioneros, que eran tirados en la calle, a veces confundiéndose con la podredumbre de los cadáveres olvidados…fantasmas del terror
Kordik y los sueños de panadería.
A Josef Kordik el presente no le resultaba tan hóstil como al resto de sus conciudadanos: por haber peleado para los alemanes no era perseguido por el ejercito nazi, y además podía trabajar tranquilo en su panadería, la estatal Nª3 de la ciudad. Por las noches apoyaba su cabeza en la almohada, y entre los llantos de los agobiados, le molestaba el ruido de una ausencia: la del fútbol, paralizado tras la anexión. En una de sus tantas caminatas por las ruinas de las calles de Kiev, Kordik encuentra, para su sorpresa, a uno de sus ídolos: Trusevich. Para rescatarlo del abismo, le ofrece trabajo en su panadería, poniendo en la balanza los riesgos de proteger a un soviético contra el fanatismo de tener a uno de sus ídolos viviendo en su casa. Además del cobijo, Kordik le propone Trusevich que busque al resto de sus compañeros del dynamo, para refugiarlos también. El portero encontró a varios de ellos, y a tres rivales del Lokomotiv, a los que también llevó a la panadería. En un abrir y cerrar de ojos, Kordik tenía en su casa a un equipo de fútbol entero.
Los días comenzaron a hacerse más espesos, entre la paranoia por no ser descubierto, y el clima social caldeado por los espasmos de la resistencia soviética, cada vez más asiduos. Para aminalar un poco el caldo del desasosiego, el régimen del reich decidió reestablecer los eventos deportivos, incluida la reestructuración del fútbol. Enterados de la noticia, todos coincidieron: volver a jugar como método para volver a ser seres libres. Recuperar en un campo de juego la dignidad del pueblo, arrebatada entre los fusiles de Hitler y la impericia de Stalin, y el único rincón de la historia que les quedaba intacto. Así nació el FC START.
Los rumores del FC START
Pese al hambre y a las muy precarias condiciones de vida, el Start comenzó con un buen aire: en el primer partido de la liga, regida por Georgi Shvetsov, el 7 de Junio de 1942, venció 7-2 al Rukh. Días después, el 21, derrotó 6-2 a una guarnición militar húngara, y posteriomente, el 5 de julio, le hizo 11 a un combinado rumano. Las victorias se acumulaban, y los rumores sobre un equipo que podía con los nazis se esparcían por la tan apaleada sociedad ucraniana, así como también se acumulaban los resquemores alemanes y la llamada de alerta que este equipo de desgarbados generaba.
El equipo lo integraban:
• Georgy Timofeyev
• Nikolai Trusevich
• Ivan Kuzmenko
• Pavel Komarov
• Alexei Klimenko
• Nikolai Korotkykh
• Vasily Sukharev
• Feodor Tyutchev
• Mikhail Putisin
• Milkhail Mielnizhuk
• Mikhail Sviridovskiy
Los alarmados generales nazis convocaban a los equipos más renombrados del Reich para que “aleccione” al Start, pero no había caso: un doblete ante el poderoso MSG húngaro (5-1 el 19 de julio, y 3-2 pasados dos días) colmó la paciencia de todos los soldados alemanes, que llamaron al conjunto más importante del régimen: Flakelf, que no sólo era un bastión propagandístico para Hitler sino que también tuvo fama de gran equipo. Estaba netamente integrado por miembros de la Luftwaffe (fuerza aérea nazi), que ostentaba su carátula de “supremacía bélica”. Pero esta última terminó sin ser tal: 5-1 ganó el Start, para sorpresa de todos, en ese 6 de Agosto en el que los soldados se fueron enmudecidos al bunker.
Habría revancha (casi obligada), que se haría tres días después.
El partido de la muerte
“El fútbol es el reino de la lealtad humana ejercido al aire libre”- Antonio Gramsci.
“Deben comprender las consecuencias de sus actos. Si ganan, no queda nadie vivo”. Así los recibió el oficial de las SS, que ese día hizo las veces de árbitro. La consigna era clara: arrodillarse o terminar en un pozo. La decisión parecería difícil para cualquier humano, pero no para ellos. El hombre puede verse encerrado en miles de encrucijadas, donde tenga que poner en juego valores, ideologías o incluso la vida misma. Puede estar al fondo del abismo, pero nunca perder su libertad. Así pensaron los ucranianos antes de salir al campo de juego. Pensaron en su pueblo, invadido, violado y castigado; en su familia, números inciertos de un campo de concentración oscuro y de terror; en la gente en las tribunas, en ellos mismos… todo eso pudo más que las ganas de salvar su vida y no salir a la cancha a ganar el segundo duelo.
La orden de dirigirse a las autoridades en el palco con el saludo nazi fue totalmente desobedecida, y mientras el Flakelf levantaba en su totalidad la mano, el Start gritaba: ¡Fizculthura (cultura física)! Grito típico en los eventos deportivos soviéticos. Como otra reivindicación al origen. El partido terminó a favor del Start, por 5-3. El estadio se derrumbaba por los gritos de furia de los asistentes, más aún cuando uno de los delanteros del Start, Alexei Klimenko, luego de quedar mano a mano con el arquero rival y gambetearlo para marcar el sexto gol, se da vuelta y tira un pelotazo hacia la mitad de cancha en claro gesto de supremacía y desprecio. El árbitro tuvo que suspender el partido. Durante el partido, los rumores se esparcían por toda la ciudad: once compatriotas estaban humillando a los nazis. Esto les permitió a los ganadores regresar a la panadería. Pero el escondite ya había sido develado…
Final del juego
Menos de una semana después, el Start le vuelve a ganar a su primer rival, esta vez por 8-0. Ese sería su último juego. Pasados algunos días, miembros de la Gestapo llegaron a la panadería y comenzó lo peor. Los jugadores fueron acusados de ser infiltrados de la NKVD. Korotkykh fue el primero en morir, allí mismo, torturado. Los demás fueron mandados a campos de concentración, en Siretz. Allí asesinaron a Klimenko, Kuzmenko y Trusevich, que murió con su camiseta puesta, gritando: “el deporte rojo jamás morirá”. Sólo se salvaron Goncharenko Tyutchev y Mikhail Sviridovskiy, que ese día no estuvieron en la panadería. Se salvaron de milagro, y tuvieron que esconderse hasta luego de la recuperación rusa, en la que fueron acusados de traición por dirigentes stalinistas. Se salvaron a costa de mantener en secreto la historia, que luego fue confirmada desde diferentes lugares.
Antes de morir, en 1996, Goncharenko, en un reportaje con Andy Douugan, autor del libro “Defendiendo el honor de Kiev”, reconoció: “mis amigos no murieron por se grandes jugadores, murieron como tantos otros porque dos regímenes totalitarios se enfrentaron. Estábamos condenados a ser víctimas de una masacre a gran escala”…
Esta historia es una de las tantas que tiene el fútbol, en la que se puede alcanzar el poder del mensaje social que tiene el deporte, en el que todo el tiempo se ponen en juego los valores, las formas de vida y la ideología. Negar esto es despreciar parte de la cultura y de la historia de la sociedad, de la que el fútbol es en parte creador, al menos en un país como el nuestro.
Uno vive siempre en libertad, y así muere. En algunas veces encontrará situaciones en las que se le intente suprimir esa condición, y de esa encrucijada sólo uno mismo sale, sin importar las consecuencias. Aunque, vivir sin libertad, es tal vez no haber vivido nunca.
Alexander J. Algieri
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