La pelota es su sexto dedo del pie. O quizás una protuberancia, una extensión de su cuerpo que le habla al barro del potrero como si fuera a él mismo. En frente, los conservadores europeos de a uno caen por un rebelde que va viboreando por el billar como si surfeara ante cada una de las patadas que le tiró su infancia, esa señora hostil a la que le cerró la boca con un derechazo elegante cruzado al ángulo.
Ahí va la pelota, redonda y sumisa ante las caricias del amante que mejor la trata, moviéndose invisible ante la voluntad del más creativo de los pinceles, que la respeta y la ama y la cuida y la pisa pidiéndole perdón, y la besa ante cada toque.
Ahí sigue Román, quince años después de su debut en primera, guionando en el césped una película de trapo que siempre tiene final feliz.
La excelencia de su juego es disfrutada por propios y envidiada por ajenos. Sin embargo, Riquelme tal vez constituya el paradigma de la contradicción de nuestro fútbol, y sus críticos, un ejemplo muy cristalino de la colonización que sufrió nuestra cultura futbolera.
Los medios nos invaden la subjetividad con el “profesionalismo europeo”, como si tuviéramos, por eso, que tomarlos a modo de iluministas poseedores de la verdad. Lo foráneo repercute en el fútbol contaminando la esencia del estilo de juego autóctono, ese que reivindicaba al potrero, subvirtiendo los conceptos claves que nos catapultaron a la cima del reconocimiento mundial, que hoy no es más que historia seca posando en los libros.
Es probable que la valoración que un futbolero tenga sobre “El último diez” conforme toda una declaración de la ideología que se profesa sobre el fútbol. Como riquelmeano desde el nacimiento del culto, a veces cuesta entender cómo un argumento en su contra puede ser que “no corre” o que “la pasa para atrás”. El tactisismo defensivo maquillado con “modernidad” (presente en técnicos estructuralistas como Bielsa, Van Gaal, o Mourinho), nos hace deslumbrar la maravilla de la velocidad de Messi o Cristiano Ronaldo, pero no la carencia de jugadores que piensen, que cada vez surgen menos. ¿y porque surgen cada vez menos? El error es de concepto, o de cosmovisión. El fútbol está en la cabeza y no en los pies, por eso Jesse Owens fue un gran atleta y no un jugador de fútbol. En el decurso actual del arte del juego, casi no es necesario que un jugador piense, ya que para eso está el DT, amo y señor de los hilos del destino. El jugador es un mero obediente sin pensamiento propio, y esto se nota en el juego. Las palomas dentro de la jaula, y los rebeldes esperando en el banco o mirando por tevé.
El texto quería ser un homenaje a la magia del 10, pero termina siendo una pseudodefensa a una forma de ver, sentir y vivir el fútbol. La que respeta las formas tanto como a los resultados. La que fomenta las libertades técnicas por sobre los estructuralismos cuasi-focaultianos. La que permite la existencia de Riquelme.
Riquelme como sinónimo del fútbol.
Años después, ya casi en el minuto 90, el pincel está intacto y listo para seguir dibujando asombros en la cara del público que corea su nombre, disfrutando de verlo feliz.
"Ahí va la pelota, redonda y sumisa ante las caricias del amante que mejor la trata, moviéndose invisible ante la voluntad del más creativo de los pinceles, que la respeta y la ama y la cuida y la pisa pidiéndole perdón, y la besa ante cada toque"
ResponderEliminarMe encantó como siempre, como todo lo que escribís.
Hermoso pesca, yo lo mandaría a la pagina de boca, para q lo publiquen. Porque esto es mucho mucho mejor q lo q escriben todos.
ResponderEliminarchiqui muy lindo texto la verdad, no entiendo mucho de fútbol pero me gustó la forma en que lo expresaste. sólo eso porque de cómo juega riquelme no puedo opinar jaja, besoss
ResponderEliminarespectacular...me encantó!! escribis muy bien te felicito.-
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