sábado, 29 de mayo de 2010
Sudáfrica: del Apartheid a Habana
Es que cuando el destino se encapricha, no hay vuelta que darle…
En ocasiones sentimos cómo éste no tira el pasado por la cabeza, a veces en una alarma que rompe el silencio de los años oscuros de olvido, otras en una señal de que se puede aprender mucho de aquello que preferimos ocultar a ultranza.
Como en toda actividad social, en el deporte también se vislumbra este aprendizaje del hombre con su historia, así como también de los cambios de mentalidad de una sociedad a través de los procesos evolutivos (o involutivos) que tiene cada pedazo de tiempo. Un caso particular es el Rugby, deporte elitista y segmentario desde su génesis, con origen en las grandes familias británicas que dejaban al fútbol como diversión para los que podían ostentar no más que una ilusión. Pilar de muchas historias siniestras, el rugby sudafricano es, sin dudas, el caso más fiel para analizar la evolución (si bien leve) que tuvo esa comunidad colonizada.
Probablemente la gloria reciente en el país de Mandela radique en los vuelos de tornado de Brian Habana, uno de los mejores jugadores de la historia del rugby en ese país. Hoy, las calles de Johannesburgo se ven inundadas, gracias al marketing, por la imagen de este descendiente del viento. Desde luego, muchos chicos hoy juegan a ser Habana, en las calles de la ciudad o en los sueños del descanso, sin saber que hay una historia detrás, llena de terror, muerte y discriminación, que se llamó Apartheid (ver: el último try al apartheid, en este blog).
De chico, Brian pateaba las tapitas que picaban por las calles de Benoni, su ciudad natal, imaginándose Beckham o Cantona. Su sueño siempre fue jugar en el Manchester United. Pero todo cambio cuando su padre lo llevó a ver la final del Mundial de rugby de 1995, esa final que ganó el país anfitrión, su país; esa final que marcó la reconciliación de todo un pueblo con su pasado sombrío. Ese día Bryan sintió que algo había cambiado en su destino.
Si bien siempre se destacó por su velocidad (tiene un record de 10.2 segundos en los 100 metros), la sombra del Apartheid fue una mochila que le hizo el camino más difícil: en 1998, seis años antes de su debut en la primera de los Blue Bulls, de 120 jugadores fichados para el Super 14, sólo 4 eran negros. Extraño para una tierra poblada por mayoría negra. Lógico, en una nación donde la discriminación gobernaba por decreto y la piel dividía la ciudad en dos.
Su debut en la selección mayor le llegó muy pronto: fue el 20 de noviembre de 2004, contra Inglaterra, en Twickenham. Fueron sólo tres minutos los que tuvo en cancha, pero bastaron para demostrar que era diferente. Acumuló éxitos y asombros ajenos, hasta convertirse en el segundo jugador con más tries en la historia del rugby sudafricano, maximizando su estigma al conseguir el mundial del 2007, en el que igualó la marca de Jonack Lomu, con ocho tries. Toda la gloria en un solo nombre…
La era “Habana” pareciera ser algo más que un éxito deportivo. Hoy un nombre es sinónimo de victorias y orgullos, de presente y futuro, pero también de pasado. Un pasado que pareciera estar finalmente superado, enterrado en el repudio de una sociedad que entendió cómo era el cuento, el cuento que nos iguala a todos como hermanos, y no nos segrega en diferencias superficiales. Habana es el grito en el cielo de la justicia eterna, tardía, pero eterna.
Hoy ese pibe negro que camina las calles sin zapatillas, mira los carteles que inundan la ciudad con la cara de Habana y sonríe, como sintiéndose parte del suelo que pisa.
Es que cuando el destino se encapricha, no hay vuelta que darle…
Alexander J. Algieri
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