Como el pibe que se sacaba el frío imaginando ser una de esas voladas que asustaban al viento, Robert Enke tenía un sueño. Lleno de fútbol, lleno de ilusión. Pero como todo sueño, el camino es una incógnita plagada de presiones, angustias y agobios. A veces el sueño se apaga. Se derrumba en la cabeza y en el alma. Se apaga en el corazón. Se apaga en el cielo nublado de los que se divorciaron de la esperanza. Se apaga de golpe, mientras pasa el tren de la vida.
La vida lo recibió el 24 de agosto de 1977, en Jena, perteneciente a la entonces República Democrática Alemana. La muerte, en forma de tren, le guiñó el ojo, para que él los cierre por siempre, en noviembre de 2009. Pero ella lo venía estudiando desde hace ya largos años.
Las constantes depresiones por su miedo al fracaso (único recuerdo que se llevó de sus pasos por Barcelona F.C y Fenerbahce) recibieron el peor combustible: en 2006 sufrió la muerte de su hija Lara, de tan solo dos años, a causa de un fallo cardíaco, producido por el síndrome del corazón hipoplástico. A partir de ahí, el abismo le pinto el cielo de tristeza y desazón, y el camino se le hizo cuesta arriba. Pese a todo, con el tiempo tomó la decisión, junto a su esposa Teresa, de adoptar a Leila. Para ocupar el lugar vacío, y para no dejar morir el amor de padre.
Con el espíritu sumergido en causas a favor de los derechos del animal (fue cara de una campaña de la PETA), el tiempo fue una lucha constante contra sus propios demonios. Cada vez más fuertes, cada vez menos disimulables. Cada vez más infierno.
A los 32 años, en el futuro cercano se le divisaba el reconocimiento que tanto luchó por conseguir: titular en el arco de la selección alemana, era fija en el Mundial de Sudáfrica. Había debutado el 28 de marzo de 2007, en Duisburgo, ante Dinamarca, con derrota 1-0. Pero el retiro de Oliver Kahn y Jens Lehmann le abrió un camino inesperado. A partir de allí, con actuaciones en el Hannover, su equipo, se fue ganando la confianza de Joachim Low, técnico teutón.
Pero amanecía noviembre de 2009, y Robert Enke ya no tenía más fuerzas para vencer a su cabeza. Con el sol del comienzo, se apagó la angustia de sentir que no pudo superar sus miedos, que no pudo superarse a sí mismo. El 10 de ese mes, creyó que la vida era solo cal, y entonces decidió arrojarse a las vías del tren de la localidad de Neustadt am Rübenberge, sintiendo esa la única forma de apagar el motor.
Dicen que se despidió con una carta, en la que pedía perdón. Dicen que recibió el último aire con una sonrisa. Dicen que todavía el viento se sigue asustando con sus voladas, en las noches en las que el miedo pareciera ni rozarlo.
Alexander J. Algieri
Es una historia triste y autentica, gracias por contarla
ResponderEliminarMuy buena, más allá que el tema es terrible y muy triste.
ResponderEliminarMajo
Genial, me encantó. Me paré a leerla por la historia del tipo, y me pareció muy buena. Desp con mas time leo alguna otra, esta no me defraudo para nada.
ResponderEliminarAbrazooo
pobre chabón loco... gran texto, vale mucho el recuerdo
ResponderEliminarMuy buena la nota, no solamente porque me entere recien ahora de esto, sino que deja una aprendizaje, el miedo al triunfo o al fracaso, puede llevar a no lograr nada... cuando lo importante en el deporte, siempre es "participar".
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