sábado, 22 de mayo de 2010
Los sueños no terminan nunca
Hace casi un lustro ya que Rubén le puso pausa al tiempo. Revelándose ante lo natural de la vida, desde aquel día inolvidable, en el que sintió de verdad que el alma se le desmoronaba, hizo un pacto eterno con el dios del tiempo, dándole la posibilidad de poder deshacerse de la angustia sin sufrirla en cada amanecer que lo tenía de testigo.
Cuentan que desde aquel día, hace casi un lustro, su vida pareciera ser la misma todos los días, como si fuera el primer capítulo de una serie de TV repitiéndose en todos los horarios. La mañana lo recibía en silencio, entre ausencias y vacíos insoportables, para luego padecer el día en la misma mesa del mismo bar, el de Pedro, ese viejo bodegón de Boedo donde el café y cigarro negro eran condición necesaria para habitar una mesa, ese lugar donde se dio cuenta de que el fracaso es una estación a la que todos llegan. Cuentan los mozos del lugar que Rubén se pasa el día inventándole conversaciones al viento, y anotando frases sin sentido en algún retazo de papel que el olvido haya dejado expuesto a este poeta.
Dicen los pocos que se han animado a hablarle, que Rubén se define como un hombre de religión: alguien que vive de la fe y por la fe, con respuestas ambiguas, exponiendo su postura, mostrando su corazón, esperando así poder un día despertarse rodeado del sueño que siempre dibuja antes de dormir en su cama sin colchón.
Los habitués del lugar, esos que tienen orejas en las cuatro paredes, me contaron una vez que Rubén es hijo de un padre millonario y fallecido, y que pasa la vida esperando cobrar la herencia que sea la puerta hacia una vida diferente. Otros me sugirieron tener cuidado, porque dicen que es un loco asesino que se escapó del Borda y se cambió el nombre para poder vivir en una limitada paz.
Pero yo opinó distinto. Rubén es un tipo viejo y seguro, seguro de que la fe es el camino más puro, cuyo final no tiene garantizado el éxito, pero sí la tranquilidad de la ética. La única vez que le hablé, me dijo sin vueltas: “pibe, es ahora, ya no vamos a tener que esperar más…fumá tranquilo y charlemos de la vida, yo tengo la posta”. Agarré mis Marlboro y me pedí un café. Rubén ya me había comprado, aunque el dato se lo haya contado el viento…
Alexander J. Algieri
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es muy lindo este cuento..me parecio muy profundo..te felicito.
ResponderEliminarUn abrazo.